Ayer
lunes, cuando estaba viendo el telediario, me fijé en las reacciones que tenían
las chicas al ver a Justin Bieber en Madrid. Ellas se ponían a llorar y a
gritar como locas en plena calle.
Pero
esto no acabó aquí. Después por la noche fue al programa “El Hormiguero” y me
fijé que el noventa y nueve por ciento del público que lo estaba viendo en
directo eran chicas.
Durante
el programa, el presentador Pablo Motos, estuvo publicitando el nuevo disco del
crío.
Más
tarde Pablo invitó a las tres chicas del público que, justo antes de que
entrara Justin, estaban más emocionadas. Las tres tenían que soportar una
prueba que consistía en aguantar sin reírse y sin llorar las cosas que les
hiciera el cantante.
La
que más quieta estuviera y contuviera sus emociones ganaba un premio escogido
personalmente por Justin, pero al final las tres se llevaron el obsequio.
Con
estos párrafos quería ir a parar a que veo innecesario que la gente se ponga de
tal manera por ver a su cantante famoso. En los informativos salió una chica
que decía que le daba igual que tuviera colegio o no, que ella seguiría a todas
partes a Justin.
De
todas maneras nunca voy a llegar a entender este comportamiento por mucho que
le guste a alguien. Yo no creo que me ponga de esas maneras si alguna vez vea a
mi cantante favorito.
Sin
ninguna duda ya puede agradecer Justin a sus seguidoras todo el dinero que
están aportando a su cuenta bancaria con los adornos, sus discos y todos los
productos que se venden de él.
Qué
absurdo y grotesco resulta ver a esas chicas gritando por alguien que está fuera
de su alcance y de su vida diaria, convirtiéndolo poco menos que en un dios. ¿Quién
está libre de caer en este trance? Porque no hay más que ver cómo se ponen
también algunos hombre en los partidos de fútbol.
Qué
se le va a hacer. Para gustos los colores.
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